Como una dulce descarga eléctrica, como el sabor de la fresa cuando las fresas sabían, como un beso de un presidiario, como la luna cuando hace frío, como las hojas de papel de un escritor sin hilo narrativo, como la nube esa que no se deshace, como la pena de estar aburrido. Así era mi estado mental ese día y otros días que venían como una amenaza de sol persistente y brillante, como la fruta madura que se llena de moscas, como las estaciones de tren en medio del campo, como la silueta de una pantera en la selva más umbrosa, como la pata de conejo en el bolsillo de la camisa. Así estaba mi mente ese día y otros días que vendrían a amargarme la mañana lenta y pesada como un buey viejo y cansado, como las lilas que no han nacido aún, como los papeles desechados de una pésima novela que al escritor nunca le sale, como ese bolígrafo, como ese libro tirado en un rincón.
Un príncipe canta bajo los cedros oscuros al atardecer
para decirnos con su canto que no hay nada que hacer.
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