Del día de nochebuena solo recuerda unas croquetas congeladas de bacalao que frio a la una del mediodía. Estaban muy buenas. Luego de comerlas, se tumbó e intentó echarse la siesta, pero no pudo, cosa que lamenta fuertemente pues la siesta le reduce el día y le ayuda a pasar unas horas benditamente inconsciente. Recuerda que escribió en su blog unos asuntos de gente que se encontraba en la calle y le hablaba de esa noche, de esa cena en particular. Le decía la gente que en esa cena se discutía mucho pues, al juntarse familiares que no se veían el pelo en todo el año, pues sacaban sus diferencias a relucir y se daban gritos y se insultaban y todo eso. Eso se lo oí a Mariano, un hombre tosco de mirada brutal y una nariz redonda como una bola y unos carrillos abultados. En fin, una cara de bruto irrefutable. Y cuando Mariano y él dejaron de hablar, se vino a casa, depositó la barra del pan de la tienda china en la mesa del comedor y se dispuso a freír unas croquetas. Y luego, a la noche hubo una cena de la que no se acordaba si fue buena o mala.
Vamos en dirección a un sitio del que no sabemos nada.
Vamos a la fuerza, vamos a él con la fuerza del tiempo, que es mucha.
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