El hombre desnortado estaba profundamente enamorado de sí mismo y de una mujer que era más zorra que las gallinas, era también el hombre percha en el que todos sus conocidos colocaban sus sombreros altisonantes y estrafalarios, absurdos y patológicos. Pero este hombre soñador y crédulo abanderaba un estilo de vida en el que todo cabía, hasta su propia mentira metafísica, defendía su propia panoplia de estupideces recabadas de opiniones ajenas sin ningún tipo de criterio y además se hacía adalid de ellas. Le encantaba la mentira y de ella vivía, por eso no le costaba nada asimilar los ardites y extravagancias de los demás. Era feliz si le invitaban a un café, se sentía pleno con ello y alabado. El hombre desnortado ejercía de torpe y estorbaba en todos los sitios o era el moquero de cuantos frecuentaba, era el clinex de usar y tirar. No me extraña que esto fuera así porque el hombre desnortado se había apuntado hace tiempo a la holgazanería y me recordaba a un rey portugués que cada vez que visitaba una localidad no hacía más que repetir con gran grandilocuencia y de manera ostentosa: " quiero morro de porco"
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