A una mujer joven no le gustaba su físico, como se dice ahora. En fin, no le gustaba su cuerpo. Tenía cierta tripa, ciertos pechos lánguidos, ciertas piernas sin gracia y andaba de un modo no muy sugerente para el sexo opuesto. Quizás su forma de andar se debía a ese complejo que tenía, digámoslo pronto, a ese complejo de fea. Trabajaba la chica de barrendera. Su padre se fue de casa abandonándola a ella y a su hermana. Su hermana se casó con un catalán no avaro pero sí ahorrativo y tuvo dos hijos con él. La fea tuvo que quedarse a cuidar a su madre. Vivía la chica en un entorno poco estimulante, si no, depresivo y las ganas de ser bella no la abandonaban. Era su obsesión: ser guapa. Un día se encontró un niño chico en un contenedor. Se lo llevó a casa pero se murió. Lo enterró a escondidas y sufrió mucho por ello. Una amiga barrendera le decía: no eres fea, solo un poco desgarbada. Pero la fea seguía con su complejo. Hasta que un hombre la quiso como esposa. Se casó, tuvo un hijo y se le quitó el complejo para siempre.
Aprende a sacrificar la barba para salvar la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario