Las horas interminables del invierno hacían mella en el universo sin dolor y sin lección del profesor retirado. Poco a poco, las líneas marcadas por los nubarrones del cielo, marcaban un tiempo no abarcable, no temido. Oía la radio, escribía, daba paseos solitarios pero no se llenaba cronos de la deseada materia, del quehacer, del disfrute. Todo cambiará, supongo, cuando se acabe este régimen nacido de una pila de días sin que se puedan llenar. Descubro una postal antigua llegada de Asturias, de un amigo antiguo. Eran otras épocas, otros mundos hechos de lingüística y versos. Ahora, hay que procurar entretenerse como sea, que pase el tiempo como ha pasado este verano, sin la angustia que los minutos trazan tras de sí.
El amor es un templo, un templo no contaminado.
Cada uno pone su amor en quien quiere, nunca mejor dicho.
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