Linda el amanecer con la almohada. Los rosados rayos del sol nos anuncian el tedio del día, la consabida cuenta aburrida de las horas. No me levanto pronto, como hacen los hombres y mujeres de la ciudad que van llevando sus cuerpos al autobús, al metro, al trabajo. Los inicios del día son para otros, para aquellos cuyos despertares están hechos para el dinero, para el jornal ganado, para los horarios de oficina. Mis pensamientos son abruptos y redundantes como la cuchilla de afeitar, como los hoscos utensilios de la cocina, como los churros que se fríen en el aceite. Mis pensamientos vuelven y vuelven a mis neuronas y no los puedo evitar, son telarañas sucias que se me pegan a las sienes, como los fotogramas de las películas que hacen la película. Mi mente es una película hecha de trozos irreales y locos.
Por la penumbra azul de tu garganta
venían las aves de las obsesiones.
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