Ya somos reos de la vida, desorbitados los ojos que no miran ya nada que no sea tedio y añoranza de esa plaza de sol de por la tarde. Se inclinan los rayos del sol y no dan ya otra cosa que sombras en las esquinas de las calles, en los cuerpos ateridos invernales, en los perros que ladran a la penumbra que vendrá con la noche. Andamos ya sin dueño, andamos ya con el cansancio sujeto a nuestros hombros, andamos ya por andar y hacernos daño. El juego primigenio ha derivado en sufrir los golpes de la edad irrefrenable. Los miembros que se pegan al cuerpo han sentido la sacudida de los días bulliciosos de abril y del frío del invierno en la casa caliente. Dormir sería la solución, dormir para soñar otra vez con una madre, con amigos pequeños, con la naturaleza perdida.
Brotó la compañía,
esa delicia de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario