El otro día fui a Madrid por la plaza de Neptuno. Iban parejas muy bien vestidas, a la moda. Había guiris que, a lo mejor eran esas parejas muy bien vestidas. Por esa plaza hay buenos hoteles. Vi una parada de taxi. Bajé la calle y ya el esplendor vestimentario cedió y la gente parecía más pobre o más normal, no sé cómo decirlo. Llegué a Atocha y allí los sin techo se hicieron de notar: uno tenía tres hijos y otro una pierna amputada. Me metí en el museo Reina Sofía y vi algunos cuadros. Hubo pocos que me gustaron. Uno que sí me gustó era enorme y era un cuadro de mucho rojo en el que salía una mujer en bragas y un tío besándola. Los dos iban vestidos mínimamente de rojo. La tía tenía los labios maquillados de rojo, el tío llevaba un colgante rojo y la cama del fondo tenía sábanas rojas. El rojerío. Qué asco.
La flor vive tan bella porque solo vive un momento.
No todos estos momentos tristes que vive el ser humano.
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