jueves, 24 de agosto de 2023

Un día que veníamos Paco y yo del Norte de España, paramos en un pueblo a tomar algo. Un bar a la entrada del pueblo olía a paja, a siega.  Estábamos en Castilla. Yo me quedé alucinado porque ese olor lo había olido yo siendo un niño en mi propio pueblo. En ese bar, yo regresé en el tiempo a mi niñez. Ahora, los pueblos que fueron agrícolas, ya no lo son. Son un sucedáneo de la capital, con sus niños pijos, con su coche para desplazarse a todos los sitios, pero sin siega ni olor a paja. Los fines de semana, los pijos del pueblo cometen muchos excesos que pagarán caro después, cuando cumplan cuarenta años. La vida de los pueblos ya no se reconoce, todos con su móvil, todos con músicas extrañas, la plaza del pueblo aburrida y solitaria la mayor parte del día.

La plaza, la torre de la iglesia ya no ve tractores cargados,

ya no hay vacas por el pueblo ni olor a paja. 

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