Formaban una pareja ideal porque parecían salir de un teatrillo en el que se había escenificado un drama y los aplausos les habían alimentado ese egocentrismo malsano del que hacían gala. Iban los dos estudiando la manera de cometer el delito perfecto, la trama de un golpe siniestro hacia alguna persona conocida, preferiblemente de los de la familia más directa. Y de esa manera eran felices asqueando la vida de los que les rodeaban y, por supuesto, la vida propia. El sentimiento que más les representaba era un asco furibundo que les arrebataba y les paralizaba a la vez. Ella usaba un lenguaje aprendido de unas cuantas novelitas al uso y el hablar de personajes televisivos incongruente y zafio, con unas maletillas del tipo: " no comprendo el porqué, me parece muy violento... etc. Él, un modo de expresarse bronco, levantando la voz y acrecentando su brutalidad inusitada a medida que continuaba la conversación. Y esta era su obra dramática: montar el número. Y el destino, consecuente a veces, quizás les monte un número a ellos algún día, para que aplaudan ellos dos.
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