Se le fue el oremus como a Alonso Quijano. Empeñado en destacar sufrió las adversidades del gran Cervantes y de su criatura. Se le olvidaban las cosas como cerrar las puertas después de entrar. Dicen por ahí que tenía el espíritu de Peter Pan, el alma de un eterno adolescente. Todo era una losa para él, quería triunfar a toda costa, pero no dejaba de volar, con esa ninfita que brillaba y hacía magia. Soñaba despierto y el cerebro le empezó a dar señales de debilidad y es que tenía ya una edad que requería de paciencia, tranquilidad y aposentarse. Pero él seguía dale que dale en su peregrinación a la fama. Y no se acordaba de la canción de Serrat, que cantaba al loco que se enamoraba de maniquíes y terminaba encerrado. Perdió el norte y el rumbo detrás de aplausos, de autógrafos y esas cosas con las que "comen" los "artistas".
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