¿No os habéis fijado en que, cuando salen los políticos en la televisión en un consejo de ministros, por ejemplo, salen todos sonrientes y con una vivacidad propia de niños que juegan? Yo sí me he fijado. Viven felices quizás porque son los que mandan, los que hacen leyes, los que molan, los que tienen un sueldo muy bueno, los que tienen poder. Luego, se saltan las normas democráticas, abusan de las instituciones, solo para permanecer en ese poder. Inventan cada día un sarcasmo dirigido a los políticos de otro signo y son felices a ver qué ocurrencia dicen esa mañana en que les preguntan por cosas del estado, de las finanzas, de la república, de los pobres, etc. Se creen importantes y lo que dicen es también muy importante, pero no solucionan gran cosa al final de la legislatura. Ni los precios, ni la vivienda, ni prácticamente nada importante cambia. Entonces, ¿por qué esa felicidad, ese frenesí de políticos gilipollas, como si jugaran en vez de gobernar para el bien del pueblo?
Hay una política: el egoísmo puro de los individuos.
Luego, hay otra política: decir sandeces todos los días.
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