He ido a dar un paseo y me he encontrado con mi soledad de paseante. Al final del paseo, me he echado un cigarrillo. He ido pensando en la caducidad de las cosas. Somos prescindibles. Todo quedará, nosotros, no. Somos como una recta tangente que toca un círculo por un tiempo determinado. Por eso no hay que obsesionarse con las cosas materiales de este mundo. Pero hay gente que sí, que acapara cosas. Se cree como las cosas mismas, que va a durar toda la vida, no tiene esa conciencia de ser perecedero. Estos que son así dan muchos problemas porque se ciñen a las cosas, se apoderan de las cosas aunque no sean suyas y crean conflictos a los demás por culpa, precisamente, de todas esas cosas a las que creen tener derecho sin tenerlo. Estas personas no ven más allá de las cosas, no entienden la vida. La vida es despreciar todo aquello que nos estorba, pero estos, no, adoran todas las cosas, mueren por tener cosas. Cuando sean viejos verán que todo lo que acumularon, todo ese castillo de cosas no les servirá de nada. Las cosas no irán con ellos. Ella no faltará a la cita, las cosas permanecerán, ellos no.
Alcanzan algunos a ver la luz en vida
mientras otros pelean en el mundo en la oscuridad.
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