Prácticamente me acabo de levantar y estoy como un delantero centro que no marca goles, como unas nubes que no son capaces de llover, como el niño que no tiene juguetes, como el viajero que se ha quedado cojo y no puede proseguir su camino. Es como si en mi corazón hubiera una sequía de paisajes nuevos, una desazón por estar siempre en el mismo sitio a la misma hora. Monotonía del verano en casa sin salir. El calor es la excusa para permanecer encerrado, pero también es el calor ese dolor de vivir sin aire que respirar, aire limpio que solo se obtiene desplazando el cuerpo y el alma a regiones un poco más ilusionantes, inspiradoras de algo nuevo. Esa es mi vida por ahora. Una sinrazón, un dolor de estar quieto y mudo de rutina, un sinsabor y una ansiedad propia de los animales encerrados que han roto todos sus lazos con la naturaleza salvaje.
Morían con un sueño atado a sus mentes,
morían de sed de ver cosas nuevas, olímpicas, reparadoras.
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