Había un señor que se creía investido de unas fuerzas benévolas o maléficas, según se diera el caso. Pero la primera regla que le dio el ser sobrenatural que le concedió esas fuerzas telúricas era que debía mantenerlas en secreto. Este hombre, entonces, se volvió misterioso a los ojos de los demás. No se sabía nunca dónde estaba, lo que hacía, si vivía solo o acompañado. Casi se llegó a dudar de su existencia. Se creía que era un espíritu inexistente. Una noche evitó una violación usando de su enorme fuerza. La chica le quiso agradecer la ayuda pero él huyó en la noche y no se supo más de él hasta que un testigo vio una tarde de invierno, ya todo oscuro, cómo este hombre golpeó con un bastón a un anciano. La policía no daba con él. Nunca hablaba. Nadie sabía quién era. Pero yo, que escribo esta historia sí sé cómo se llamaba: se llamaba Luis Carrancedo Bermúdez y era de Zamora y tenía 45 años y dos hijos con una mujer. Y era verdad que tenía esa doble naturaleza dada por un diablo llamado Putifás. Unas veces hacía el bien y otras, el mal. Un día le atraparon con un alijo de bellotas y lo pusieron a disposición judicial y ya dejó de tener ese poder, si se puede llamar poder a eso.
La opulencia sincera de la casa
te dice que hoy vas a comer en ella a tu gusto, sin alharacas pero con abundancia y ganas.
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