lunes, 13 de enero de 2025

 Las tardes con el niño eran insoportables. Jugaba y lo rompía todo, se ponía a berrear y a saltar y a pegar manotazos. Por mucho que le rogaba, no hacía gran caso. Y no quería usar la violencia con él. Así que cambió de táctica. Compró tres libros: uno se titulaba "Viven" y era sobre los que tuvieron un accidente de avión en la montaña y se tuvieron que comer unos a otros, contado por un superviviente. Otro era uno de Exupery, de aventuras en avioneta y desiertos que le recomendó una compañera de trabajo y otro era "La familia de Pascual Duarte", una historia muy dura de la posguerra española. Y se puso a leer mientras su hijo hacía ruido y berreaba. Y un día, el niño dejó de aporrear los juguetes y le preguntó a su padre que qué había allí dentro, dentro de las páginas. Y el padre le dijo: palabras. E historias. ¿Te gustan las historias? Y el padre le acercó un cuento suyo que estaba sin romper y el niño leyó y calló por una temporada larga, muy larga.

Leer. Tranquilidad. Reposo.

Los ojos saben.

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