El cielo ya dormido acaba su función de vasta obra. Dormían su fe pequeña los gorriones por el parque. Y las gotas de lluvia mojaban cristales y almas viejas. Por el horizonte gris, la mañana se repartía en lotes de tristeza. Y yo, buscando una aguja en la cocina, encontré rebaños de papeles viejos que comí con hambre. Con hambre de algún asceta que rezaba por las noches rezos blandos. La ilusión de vivir se había apagado de frente a un ciprés que alzaba su verdor a las alturas. Yo, andando de cara a la lluvia, hice camino con la esperanza de volver a meditar sobre las sombras. Y eso es todo. La luz se ha alejado estos días a regiones del sur, a lugares imprevistos donde los dioses bajan del cielo sin ser vistos.
No mires los días como tiempo que pasa.
Mira los días conocidos y amables.
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