Las catedrales españolas están ahí, erguidas como gigantes. Son de pura piedra ardiente. Lucen de una ceniza clara. Las ciudades que las albergan en la plaza surgen en mitad de la llanura. Mientras las catedrales y las ciudades están ahí, en medio de los campos, yo robo versos antiguos a poetas trasnochados. Esos versos adquieren nueva vida en unos torpes renglones que van explicando una tarde, unos bancos al pie de los cipreses, un alma que se cansa de vivir. Dormita el perro a la puerta mientras un viento herido, un viento atravesado de luz viene con la fiereza de lo inesperado. Ya volcaron escritores y poetas sus líricos hallazgos en una insólita página blanca. Ya hay en estos tiempos alguien que se preocupa de que surja un foco iluminado en el aire. Solo en el aire.
El aire es casi nada.
El aire tiene las vértebras de un animal que no existe.
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