Si no fuera por este blog, no sabría qué hacer por las mañanas. Escribo unas cuantas cosillas y me entretengo. Ahora voy a recordar una lectura de verano: "La destrucción o el amor" de Vicente Aleixandre. Resulta que yo ese día estaba pensando en hacer un arroz negro con tinta y un calamar y toda la pesca y me salió fatal. Por eso lo recuerdo. Fue una lectura que me llenó de estupor: no entendí nada, acabé casi cabreado pues esas poesías no había cristiano que las entendiera. Si yo digo a un semejante: "He comprado insomnios a bosques malditos referidos con dulce de madrugada", lo más normal es que no me entienda. El poeta o el escritor debe hacerse entender. Es la primera regla de la comunicación. Todo lo demás es aquello que se llama solipsismo. O sea, que solo lo entiende quien lo escribe y yo creo que ni eso en el caso de este poeta. Es lo que tiene el surrealismo: un camelo para hacer versos a porrillo sin tener en cuenta al lector. Bueno. Yo ya he abominado de Aleixandre tras esa lectura infructuosa de ese verano y no lo leo más.
Los pinos me miraban desde su altura
de años.
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