El año anterior, yo había sufrido una crisis que me envió al hospital. Tuve que hacer tabla rasa y empezar de nuevo. Cogí turno de tarde. Entraba a las 3:00 en la universidad, así que comía antes y mi madre y yo veíamos un concurso dirigido por una jovencísima Julia Otero antes de ir al autobús que me llevara a Madrid. Entonces tenía un rato de conversación muy amable y muy bonita con mi madre. Esas conversaciones fueron deliciosas. Me alejaban de la rutina de las clases, de los viajes en autobús de vuelta. Se me quedaba grabado en la mente esas pequeñas cosas que me decía mi madre. No recuerdo ahora qué cosas me decía, si me alentaba, si me tranquilizaba, si me reconfortara. No sé. Pero yo recuerdo aquellos ratos con mi madre como unos de los más bonitos que pasé con ella, charlando tranquilamente de esto y de lo otro, comentando ese momento presente, queriéndonos como madre e hijo.
Las operaciones matemáticas decían el horror del mundo pasado
y traían restos de un niño que lloraba.
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