Las plegarias que mando a lo alto del cielo no son escuchadas. La vida enferma de pura agua que fluye cerca de mis huesos. La pena es que no están aquí esos que dicen defenderme. Los ángeles solo palpan la herida y se van. Ya lo dijo el salmo bíblico: las fieras morirán antes de tocarte siquiera la piel. Por cierto, la piel y los huesos siguen intactos como jarrones muy ornamentados con pintura azul y verde. Por los caminos que van a París fluye un viento pardo y oscuro que se hace el muerto tantas veces. La pena es tener esos satélites dando vueltas alrededor de mí. Me hacen daño, me descolocan, me sacan de mi órbita, me dan asco y hieden a infierno y a sulfuro.
Podría recordarte que ya no tienes gracia
y quedarme sentado a ver pasar el cielo.
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