El lunes me sentí mal por la mañana. No había en mi mundo nada que me satisficiera. Es más, todo venía a mi pensamiento como una pena, un dolor de vivir y una tristeza grande. La cosa se arregló porque Paco me dijo de ir a Madrid. Y fuimos. Y mi pena se disolvió entre las calles de Moncloa a la Glorieta de Quevedo. El martes, vuelta a lo mismo por la mañana. Pero luego fui a la biblioteca y allí, entre libros, me sentí bien. Sentí que estar en la biblioteca podría ser el mejor lugar donde estar. Cuando se produce la simbiosis del ser humano con el lugar que ocupa y no le parece sino el mejor sitio del mundo, empiezan a surgir ideas positivas una detrás de otra y empiezas a sentirte bien. Eso pasó con Madrid y la biblioteca. Ojalá yo note esa aquiescencia con el lugar que ocupo y me venga bien.
El río modelaba la tarde
como un sinfín de horas veraces y nuevas.
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