El lunes fuimos a la glorieta de Quevedo. Dimos un gran paseo por Bravo Murillo. Y luego, dice mi hermano: "no me gusta la zona de Quevedo. Hay carteristas y dos salas de juego." Al venir de la biblioteca, me dice: "hoy no voy a dar paseo ni voy a ir al parque." Mi hermano desprecia todo lo poco que conoce. Desprecia la asociación, desprecia a un montón de gente que casi ni conoce y también a los que conoce. Todo el mundo se le atraviesa. Es desolador oírle hablar de un amigo común. Dice: "no quiero volverlo a ver porque me ha dicho esto o lo otro". Luego, desprecia costumbres arraigadas o lugares, los pocos a los que vamos. Es inmensamente desesperante mi hermano. Quiere hacer del círculo en que vivimos un circulito pequeño, pequeño, que casi no se quepa en él. No siempre los amigos coinciden con lo que pensamos. Pero si le pasa eso a Paco ya es motivo para no volverle a ver a ese amigo. Mi hermano Paco está muy a gustito curándose un constipado en casa o mirando prospectos de las medicinas y luego mirándolo en internet, etc. Mi hermano acaba con la paciencia de cualquiera, con esos desprecios a todo el mundo conocido y desconocido.
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