Resulta que yo, cuando hacía la carrera con otros compañeros, tenía muy poco claro el futuro. Una estudiante de filología decía: "a mí no me asusta el trabajo. Si tengo que trabajar de cajera en un supermercado, lo hago." La única salida que teníamos los filólogos era la educación y esa opción tampoco era una bicoca en cuanto que había que luchar contra 2000 o 3000 opositores que se presentaban al examen público. Yo lo logré a base de ir encadenando suplencias o interinidades: Villaverde, Alcalá, Villalba, Getafe... Podría seguir hasta 17 institutos que pisé en 20 años. Venía a las 3:30 a casa a comer. Acto seguido, si era año de oposición, a estudiar. Y que no te saliera un curso difícil que no podías hacerte con él, que, entonces, sufrías el doble. Ahora, hay el mismo panorama para los jóvenes, esos que salen de la universidad o de fumar porros en la calle. ¿Qué hay para ellos? Uno se consuela pensando que si hay el 40% de paro juvenil, hay un 60% de jóvenes que trabaja. Es lo que hay, pero que el socialismo, yo pienso, ha cambiado poco: dame a mí tu dinero (impuestos) que yo lo repartiré como me dé la gana.
Esa felicidad no es solamente del cuerpo
sino que algo más interno rebulle ansias de vivir para siempre.
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