Las pequeñas flores del invierno adelantan un poco tu llegada, primavera ociosa. No sabes cuándo brillará mi estado actual de persona con horas frente al pecho. No sabes cuándo mis astutos acechos a los minutos de la mañana darán su fruto. Me levanto tarde para el prójimo que me mira con asombro en la cafetería. Me levanto torpe e indeciso y se me hacen las once de un reloj extendido. Soy acaso el culpable de que mi angustia me acompañe, de que rompo el horario del que trabaja, de que mi comportamiento sufra altibajos dementes. Yo soy el enfermo que nadie nota, soy el maldito que se queda en la cama hasta que las sábanas estorban a la conciencia. Tengo horas que matar. Tengo voces que acallar. Tengo la luz dormida de un día que pasa en contra de mi voluntad.
La luz no importa.
Importan las horas que esa luz manda al día.
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