Un cigarrillo último, un rebullir de mi alma tediosa. No hay libro que me consuele de estar aquí. No hay poema que me lleve por la nacional cuarta a un restaurante de carretera con un árbol inmenso en el patio. No hay coche, ni taxi, ni autobús que vuele con mi espíritu a lo lejano, a lo que no conozco todavía. El trayecto es fijo: con final en la costa y ver el mar lamiendo la arena. Y una habitación de hotel en el piso dieciocho. Y una coca cola para celebrarlo. Y comer sardinas en el puerto donde ondea la bandera blanca de la paz y la libertad. Yo quisiera ser de madera, quizás de hierro, para no sufrir la falta de lejanía de mi vida. Yo quisiera ser una piedra para no sentir lo que siento aquí sentado.
Te olvidas de los álamos y del desayuno
y vas a la calle y recuerdas de repente que eres uno solo, un aburrimiento por la acera.
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