Bajó sin libertad por el camino de la desesperanza pero también pensó que él era de este mundo como los otros aunque no hiciera más que andar y andar. Y pronto, se hizo el frío del corazón pero también se helaron los corazones de los hospitales y las lluvias torrenciales. Y se dijo a sí mismo que no lloraría nunca más delante de aquella dama que ya no era su novia. Que ya no lloraría más su estado, el pobre estado en el que contemplaba paredes y televisiones y calles llenas de gente que reía. Y las lágrimas no eran ya la lluvia mezquina de pensarse peor que los demás. Las lágrimas se agotaron como se agotó ese día y otros de férrea soledad. Y no volvió más a esa tienda donde los monos bailaban con frenesí la danza de la locura. Todo estaba bien. Todo fluía y esperaba el verano.
Dormir con la sensación de no agotar el día.
Pero hay otros que no duermen siquiera.
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