Cuando nadie decía nada, cuando no había nada que decir, llegaba este hombre bebedor de vino a la taberna y decía: "y va bola". Y nos poníamos todos un poco tensos o derrotados y pensábamos por un momento que el mundo se iba a parar o a caernos encima de un momento a otro. Y yo seguía poniendo vinos a los mayores y masticaba mi tristeza por dentro. Y el verano pasaba con parsimonia, con una lentitud de patatas con chorizo, de huevos fritos con salchichas. La barra no nos separaba. La barra era la unión de unos destinos abrumados por las circunstancias. Unos bebían. Otros sufrían el abandono de sus personas. La calle era estrecha, diminuta y calurosa. La calle no daba nada y encima, el dinero se volvía inútil, se volvían grandes las monedas y no valían nada. Era el verano más triste de mi pequeña historia.
Yo estuve allí,
estuve en el calor que despedía la acera en unos momentos tristes.
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