Las campanadas del reloj se han hecho oír más allá de las salas de cine nocturnas, de las calles que tiritan de frío, de tu mano que yo cogía al pasear. Las campanadas del reloj han sonado en las iglesias, en las plazas de los pueblos del sur llenas de turistas, en las plazas de los pueblos con ayuntamiento, en tu cuerpo de noche. Ya han pasado muchos años y tu empecinamiento en dar vueltas a los problemas que no existían han conseguido el resto: la soledad. Al paso del tiempo se ha unido la soledad. Y ni una sola llamada ha llamado a los kilómetros que recorrimos juntos, a los bancos en que solíamos sentarnos a decir que éramos pobres, a decir que todo el mundo se junta por algún interés, a quejarnos un poquito de la vida.
Las farolas ya no lucen en la noche.
Alguien las apagó con la intención de que no volviéramos a vernos.
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