Ya era hora de que vinieran lluvias. La pena es que vienen como gigantes a pisotear la tierra. La lluvia es buena para que se reduzca un poco la sequía, para que el ambiente se limpie, para que las plantas se revitalicen, para que el cielo se purifique. Para muchas cosas buenas en realidad. Así que ojalá que dure mucho la lluvia. Lo que pasa es que no estamos acostumbrados a la lluvia porque no llueve hace la tira. El caso es que, con un paraguas y unas botas, se puede ir a todos los lados. Lo peor han sido esas lluvias traicioneras que han caído a lo bestia y lo han inundado todo. Pero todo se arreglará con un poco de tesón y paciencia, supongo. La lluvia, en sí misma, es buena. Esperemos que este mes de septiembre siga siendo lluvioso pero con calma, que llueva despacio, que llueva con moderación, no con esa saña que ha llovido esta mañana en municipios de Madrid y de Toledo, dejándolo todo arrasado. Y es que últimamente no hay término medio: tres meses de un sol imperante y acongojante y luego, estas trombas de agua que todo lo llevan a su paso. Tiempo atrás, siendo yo estudiante universitario, recuerdo semanas de cielo nublado y cómo nos adaptábamos a ese tiempo. Ahora todo va a lo bruto. Recuerdo una anécdota en clase de inglés, un alumno llegó tarde y ante la pregunta de la profesora si llovía, el alumno dijo: very, very.
El moho en mi mejilla recuerda el tiempo ido,
y el cansancio de mis piernas dicen cómo pasa el tiempo.
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