Como no teníamos qué comer, nos hemos ido al restaurante chino. Allí he visto un espectáculo triste de ver. Eran dos parejas con un par de hijos pequeños todavía cada pareja. Ninguno de las dos parejas miraba a los ojos al otro y tampoco se dirigían la palabra. Los hijos se debían de dar cuenta de esta anomalía y hacían de su capa un sayo. Los padres no tenían autoridad sobre ellos. Miraban cada uno por su lado, no se hablaban, era triste presenciarlo: estar con alguien a quien se supone que debes querer y no quererlo en absoluto. En fin. Hay cosas en la vida que dices: qué bien estoy yo. Después me he fijado en una chica con una chaqueta vaquera que me miraba de cuando en cuando. Había tal barullo en el restaurante, que he aplaudido largarnos pronto de allí. Me he echado una siesta enorme. Después, he visto el final de "Mogambo", esa película de John Ford, en casa de mi padre.
Los ojos duelen por mirar
el otro lado del mar.
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