El español, quizás por su carácter latino y juerguista en general, miente mucho, y lo hace para disfrazar un comportamiento que en pocos días está a la vista de todos. O sea que sus subterfugios para disimular la realidad no valen para nada porque el rufián es rufián por muchas falsedades que se invente y por mucho que quiera vender la moto de su estatus de persona responsable, respetado y ejemplar. Quien a hierro mata a hierro muere, y cuando se van llegando a edades en que los cuentos ya no sirven para adormecer al prójimo, se crea una personalidad neurótica que es madre de la mentira y la mentira ya es parte de un individuo enredado en una urdimbre de dudas, desconfianzas y mezquindades que orbitan a su alrededor como la luna lo hace sobre la tierra. Detrás de la mentira vienen todos los defectos: la avaricia, la soberbia, la socarronería, la apatía, el aburrimiento, la chulería, y un largo etcétera. Cabezas huecas y hastiadas pueblan la tierra, con hartazgo de pan, ocio y ociosidad.
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