No sé si seré muy ingenuo al creer que todos los ingleses han leído a Shakespeare. Hace ya su tiempo que un profesor de inglés me dijo que el personaje ese que salía en los libros de inglés, con bombín y paraguas no es el prototipo inglés, sino que el carácter inglés, hoy en día, lo manifiestan los hooligans que van a los partidos de fútbol. Este profesor derribó en mi imaginario un figura que yo creía todavía viva. Aquí en España, el símbolo individual y colectivo también podría ser el señor que no para de hablar de fútbol. Pero sería muy bueno que todas las generaciones de españoles tuvieran como lecturas en común a Lope, a Cervantes, a Calderón o a los de la generación del 98 y todos pudiéramos charlar sobre las obras de esos autores como ligazón de la cultura española. Pero no. Generalmente, preguntas a cualquier estudiante y lo primero que te dice es que la lengua, su estudio, y la literatura, su lectura, es lo que menos gusta de estudiar y de leer. Así que esos estudiantes recurren a resúmenes que olvidan pronto, a trucos y a todo tipo de chuletas para aprobar esa asignatura maldita que es lengua y literatura. No se disfrutan en España los clásicos, resultan muy aburridos. Así que tendré que olvidar la idea de que los ingleses leen a Shakespeare. Todos los países, creo, adolecen de falta de lecturas patrias. El fútbol y el alcohol deben de triunfar por toda Europa. Así, estamos todos homologados en el cerrilismo más absoluto y no centrados en una idea de patria a través de la literatura de la misma.
Deserten los bruñidos candelabros
de la casa de los abuelos buenos.
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