En todos los pueblos, por norma general, los hay que gastan mucho y los que gastan poco. Estos critican a los que gastan mucho y los que gastan mucho critican a los que gastan poco. Luego están los que ni gastan mucho ni poco pero estos no se libran de la crítica: a lo mejor tienen un buen chalé y ya son objeto de envidias por ello. Bueno, el caso es que de esos que gastan poco, los hay tan acérrimamente enamorados del dinero que no salen de casa por no gastar ni la suela de los zapatos. Se han dado casos de sujetos de pueblo que vestían como mendigos y luego tenían en el banco una inmensa fortuna. Había un hombre en un pueblo que, jugando al tute, le daba una inmensa pena echar las cartas, como si se las robaran, como si fueran dinero, como si fuera el mayor regalo de su vida. La verdad es que en los pueblos eso de los regalos se lleva hasta hace muy poco así que diez cartas para jugar podría ser un sucedáneo de un regalo, máxime si las cartas son buenas y valen para ganar. El tute es el regalo que hay en los pueblos. También el mus y la brisca. Ese hombre le negaba la carne a su mujer, no la carnalidad sexual, no, sino la carne para comer. Se hicieron veganos los dos marido y mujer antes de que viniera la moda vegana pero no por ser antisistema sino para ahorrar. Y así hizo con los hijos: los convirtió en veganos. Cuando murió este hombre, en la cartilla de ahorro salió la fantástica cifra no dicha nunca en vida de medio millón de euros. Y siguió aumentando gracias a sus hijos. Nadie de esa familia pensaba en gastar y sí mucho en ahorrar. Hasta que un hijo suyo se tuvo que poner un implante y como le pareció muy caro no se le puso nunca. Por el hueco de esa muela entró la enfermedad y el mal y murió por no gastarse 1500 euros.
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