El hombre andaba lentamente. En su cabeza se agitaba el rumor de una guerra, de la que había oído en el telediario; se amontonaba en su cabeza el dolor de una madre; se movía en su interior el fracaso de un país cuyos dirigentes no parecían sufrir por él; la subida de los precios le preocupaba; el nacimiento de un virus violento le había tenido en casa metido una temporada y esa temporada le había vuelto más cobarde; hacía un calor inmenso mientras regresaba a casa. El hombre andaba lentamente.
Cualquier fardo ligero, con el tiempo, acaba por hacerse pesado.
Lo hemos visto cuando teníamos algunos amigos y lo pasábamos bien con ellos pero ya cansaron el ánimo. Lo hemos visto cuando teníamos unas costumbres y se nos hicieron fatigosas.
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