En el pueblo se formó una sociedad que estaba casi todo el día en el bar. Eran dos jubilados y sus esposas. No se acicalaban en casa, iban de modestos pues en el pueblo no había nada que lucir excepto los sábados y domingos, que vestían mejores galas. Los dos jubilados y sus señoras habían trabajado en Madrid toda su vida y ahora disfrutaban de lo que daba la tierra: tortilla de patatas, torreznos, ensaladilla, aceitunas, sardinillas en lata... Así desde la una del mediodía hasta las cuatro de la tarde que se iban a echar la siesta. De pasatiempo estaban los que se cruzaban con ellos en el bar: ¿Qué, qué tal la mujer?, me han dicho que estaba mala. Ya va mejor, decía el aludido. Y luego se entablaba una conversación entre botellín y vinito. Tráenos otra, Fernando. Así pasaban las horas todos los días y había días en que se sumaban al grupo un agricultor, un fontanero de libre, otro jubilado; en fin, que arreglaban el mundo cinco veces entre pincho y pincho. Hasta que un jubilado de estos dos mató a la mujer y, ¿por qué fue eso? Por violencia de género, no hay más que hablar. Porque las mujeres, por ser mujeres, tienen tendencia a ser asesinadas por sus maridos. Gobierno dixit.
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