Ya he leído la novela de una japonesa que no me ha gustado nada. Me parece que cuenta un incesto entre hermanos. Con mucha morosidad, cuenta la japonesa una historia sin historia. No pasa nada más que pasean y sudan porque es verano, comen cosas raras japonesas, beben alcohol en restaurantes con tatami, mi madre decía esto y aquello, etc. He hablado con un amigo que ha leído una novela mía y dice que es muy buena. Mis novelas no son ni mejores ni peores que las que están publicadas, como esta de la japonesa aburrida. Ahora me estoy leyendo "Una palabra tuya" de Elvira Lindo. Hoy mismo he ido a comprarla en La Casa del Libro de Gran Plaza 2. También he comido allí, en la Tagliatelle. Todos tenemos que morir. De esa certeza, nacen las religiones. Hoy en día, triplicamos la esperanza de vida de la esperanza del siglo XVII, por ejemplo. Millones de personas en el mundo, en vez de andar a la intemperie o ser criados de condes y marqueses, dormimos en blandos colchones y comemos de lo mejor (aunque siempre se está sospechando qué le echarán a la comida que viene casi toda plastificada). Millones de personas tienen un trabajo que les da para vivir y, si pueden, ahorran para un imprevisto. Los que no ahorran, recurren al sablazo, pero, al cabo de x sablazos, ya no dan ni uno. Son las cuatro y media y voy a beber agua.
Y las palabras al borde del peligro
de ser olvidadas, dijeron y gritaron esa necesidad, ese deseo de ser inmortal, habiendo nacido mortal
No hay comentarios:
Publicar un comentario