Era tal su adhesión al comunismo que le encantaba el dinero, es decir, que confundía su egocentrismo con el manifiesto comunista. Y esto le pasaba cuando era joven. Cuando maduró se pasó directamente a un anarquismo a su manera, sin idealismo ni leches, es decir, todo por la pasta. Empezó a odiar a los que tenían coche, simplemente porque era torpe y miedoso en la prueba de conducción; deseaba la muerte a todos los conductores que veía. Su cobardía sacaba siempre la misma pregunta a su psique patológica: ¿Y por qué este puede comerse unas cigalas y yo no? Para descargar su conciencia, en el bar que frecuentaba, dejaba caer esta cuestión, a lo que la parroquia le contestaba, cansada, que dejara de beber tanto anís y que, joder, ya ves, y hasta langosta, coño. Llegó a viejo y chocheaba más de la cuenta, un día sacó una pistola y se puso a tiros en mitad de la calle real de la ciudad. Menos mal que llevaba ya medio litro de anís en el cuerpo. En fin, lo que hace la ideología.
No hay comentarios:
Publicar un comentario