Si preguntáramos a un ser humano adulto si sabe qué le va a pasar al día siguiente, este ser humano adulto diría que no sabe, ya que el futuro no existe, el futuro no está todavía, el futuro se escapa a su conocimiento. Cierto es que ese ser humano intuye que el día de mañana será más o menos igual que el día de antes porque vivimos en una cotidianidad, pero, en términos absolutos una persona no sabe qué pasará al día siguiente de su vida. Pero si preguntáramos a ese ser humano adulto si sabe que va a morir, diría simplemente que sí lo sabe. Porque cuando adquirimos conciencia de nuestra identidad y de nuestra existencia, también adquirimos constancia de que esa existencia tiene su caducidad. ¿Por qué sabemos que vamos a morir en nuestra edad adulta? Quizás para preservarnos de la muerte o quizás para valorar nuestra vida o ambas cosas a la vez. Dios nos creó. Está claro que Dios actuó en nuestra evolución. No venimos del mono. Quiso Dios que existiéramos los seres humanos. Quizás no tendría Dios razón de ser si no estuviéramos los seres humanos en el mundo. Y Dios nos creó con esa conciencia de muerte.
Al más potente cede el más prudente.
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