Jacinto Delgado se sentó en un banco y se echó a llorar. No se dio ni cuenta de que a su lado había una anciana. Cuando Jacinto dejó de llorar, la anciana le preguntó: ¿por qué llora? Y Jacinto contestó: porque no llego a fin de mes.
Eso está muy de moda, hombre. No se preocupe. Hasta mi hijo no llega a fin de mes. ¿Cuántos hijos tiene usted?
Tres, contestó Jacinto. Y se puso de nuevo a llorar.
Son muchos, oiga-dijo la anciana. Podría haber tomado medidas.
Ya, dijo Jacinto. Y dejó de llorar definitivamente.
Lo que nos va a matar, ¿sabe?-incidió la abuela- es la deuda soberana que está a un billón setecientos mil. ¿Qué importa que usted no llegue a fin de mes o que miles de españoles no lleguen a fin de mes? Lo que importa es la deuda soberana. Tome un clínex. Tome y preocúpese por los problemas de la nación, no los particulares suyos. ¿A quién votó en julio?
-Al pesoe-contestó Jacinto ya muy derrotado.
-Pues en el pecado lleva usted la penitencia. Vótele más y no tendrá usted ni para limpiarse los mocos.
El pobre Jacinto abandonó el banco pensando que no era tan malo no poder llegar a fin de mes sino la deuda soberana. Ay, la deuda soberana que va a acabar con nosotros.
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