Quizás, para que una obra literaria sea buena, el escritor o poeta debe sufrir. Si sufre, tiene algo qué contar, su alma está aterrada o triste o llena de angustia de modo que todo ese tinglado sentimental y psicológico hace que su literatura transmita sensaciones fuertes. Yo me voy a limitar a expresar lo que sentí en Burgos una tarde que fuimos Eva y yo de paseo. Sentí yo como si yo no estuviera allí, por las calles de esa ciudad y estuviera totalmente ausente de toda esa gente que iba y venía. No sé qué provocó tal sensación pero fue algo angustioso, melancólico. Me sentí viejo, me sentí fuera de lugar en el mundo al ver generaciones y generaciones más jóvenes que yo. Hubiera dado cualquier cosa por charlar con algunas de esas gentes que andaban por la calle y me transmitieran su pensamiento pero todo era cruzarse y cruzarse con la gente y yo cada vez más escéptico, con mi rostro hundido en la tarde, con mi alma perdida entre el gentío y viejo, muy viejo.
Andar, andar y andar. Sentar en un banco mi derrota
y morir un poco en las aceras.
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