Cuando veo gente mayor por la calle pienso en mi propia vejez. ¿Llegaré yo a viejo con lo que fumo? ¿Dónde iré cuando ya no me valga? ¿Me quedaré solo si muere mi querido Paco? ¿O se quedará Paco solo sin mí? ¿Me dará algún ataque de esos que avisa la cajetilla de tabaco? De la vejez, paso a pensar en mi muerte. ¿Será repentina? ¿Será agónica? ¿Será por un accidente fatal? ¿Me entrará un cáncer? Yo alucino: en prospectos de la asociación española contra el cáncer dicen que una de cada dos personas sufrirá cáncer. La vida es un examen para la muerte. La vida nos prepara para la muerte. Hay que aceptar tanto la vejez como la muerte. Son dos etapas que hay que saber gestionar. No hay que aturdirse ni chillar ni darse a los demonios cuando ambas vengan, una seguida de la otra.
Ay voz antigua de mi amor,
cuánto quise, cuánto quise.
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