lunes, 15 de mayo de 2023

 Fray Luis de León y su retirada vida. Quevedo y la prisión de un dios. Góngora y vaya yo caliente. Lorca y sus gitanos y guardias civiles y el niño cabeza huevo. Alberti y la paloma que se equivocaba. Jorge Guillén y su mediodía gozoso. Leopoldo Panero y su mar inmenso donde cabe todo. El más gracioso era el cabeza huevo. Y el más tétrico era Leopoldo, con sus drogas y sus medicamentos en el hospital. Todos han muerto y han dejado sus versos para que nos distrajéramos con ellos o pensáramos qué querían decir esas poesías. A mí me gustaría creer más en Dios de lo que creo y no tanto en la poesía. Pero a veces me asalta la duda del descreído y dejo de pensar que habrá otra vida después de esta. Tiene que haber algo, dice la gente del común. Tiene que haber algo que premie la vida piadosa. Eso quiero creer, pero me resulta difícil.

A los álamos altos 

les sobrevino la deidad más acuciante.



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