Un día es un día...y siete, una semana. Así dicen en mi pueblo. No nos dejemos llevar por espejismos de veinticuatro horas y vivamos en la mesura que imponen los días laborables. Ese charco de agua que vemos a lo lejos no es más que juegos que hace el sol con sus reverberaciones. Salgamos del penoso desierto en el que ya hace varias horas llevamos caminando y vayamos al mar, fuente de toda riqueza y no caigamos en la ilusión del agua mentirosa.
El trabajo diario nos hace estar a gusto con nosotros mismos y la alocada vida de celebraciones nos lleva a pensar que la vida es una jauja recién inventada.
Hagamos lo que esté en nuestra mano para que los amigos, los familiares estén contentos con nosotros por el trato diario y decente y honroso y no por unos regalos que hacemos el día de su cumpleaños (que también es justo y necesario) o por compartir unos manteles efímeros que no causarán la impresión adecuada si esta no va acompañada de un sacrificio con esa persona. Seamos buenos, pero seámoslo prolongadamente y con tenacidad para que los demás nos sigan queriendo un martes y un jueves en la calle.
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