Durante mucho tiempo ha reinado en Europa la idea de que daba igual lo que hicieras en el mundo porque el verdadero mundo nos aguardaba después de muertos. En este mundo se venía a sufrir y había que ser bueno para ganar el otro.
Pero ya se vaciaron las iglesias y se dejó de pensar que esto es un valle de lágrimas y se pasó a considerar que hay que disfrutar todo lo posible de este mundo. Y se pasó al otro lado en la visión placentera de las cosas. Y se buscaron paraísos artificiales en este mundo y se pensó que ya no habría cielo ni infierno, premio ni castigo. Nosotros nos dábamos el premio o el castigo en esta vida.
Los que se daban a los placeres, se acababan dando cuenta de que caían en adicciones baratas y corruptoras del cuerpo y del alma.
Por lo que se saca en conclusión que sea este el único paraíso que hay y que no hay gloria celestial, no debemos dejar que nuestro cuerpo caiga en la dejadez de primerizos placeres que después se convierten en una dependencia cruel. Más vale la moderación que pensar que nuestro cuerpo lo aguanta todo. Dice un refrán: lo malo, si poco, no tan malo. La vida, aunque corta, nos depara placeres medidos por la razón que son los buenos.
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