Me da la sensación de que a este viernes le falta una palanca para levantarse. Me duele el costado y no sé de qué. Me asomo a la ventana y veo a las hojas de los árboles quietas y verdes montando guardia en sus ramas, como si algo fuera a pasar en la mañana.
Por la calle la gente no se desentumece de la semana pasada, tan mala debió ser y no tiene nada que celebrar y sí lamentar: lo pobre que es, no tengo nada, dice una chica a sus amigos.
En el supermercado, las lechugas parecen terminarse de lo lacias que están y los compañeros tomates se amontonan vergonzosos de que todo el mundo los mire y nadie los coja. En el supermercado, toda la clientela lleva más de una lata de cerveza para bebérsela en lo recóndito de su salón, para olvidar con sus tragos que hoy es viernes y no hay nada que celebrar.
La gente mayor pasea unida a su soledad y al mal tiempo, la gente joven está desprestigiada por el efecto de la crisis y vale poco (800 euros por ocho o diez horas) y así va la cosa, más que palanca, a este viernes le hace falta darle la vuelta completamente.
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