Esta tarde todo, mi cuerpo, mi alma y el aire han transcurrido de modo lento, tibio y apacible en un paseo tranquilo por El Escorial. En El Escorial no hay que cruzar semáforos, no ruedan numerosos coches, toda la ciudad reposa a los pies del silencioso monasterio como si estuviera magnetizada por la piedra de su fachada, imponente y soberbia, silenciosa e imperial.
Otros días que he ido con preocupaciones e impaciencias la ciudad no me ha parecido tan tranquila, tan ostentosamente sosegada y he mirado pero no he visto.
Hoy he visto que esa ciudad agazapada, llena de árboles, de recovecos de granito, de casonas fuertes puede ser fuente de satisfacciones más adelante, cuando vuelva a pasearla.
La vida no se sabe dónde está ni tampoco la tranquilidad. Esta tarde se han dado las circunstancias para que yo me encuentre conmigo mismo, para que cuerpo y alma mía anduvieran a la vez, paso a paso, mirada a mirada, sentimiento duradero de felicidad.
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