Esa mujer me ofrecía su cuerpo, su piel palpitante de deseo. En los labios veía yo que tenía ganas de mí. Terminamos de tomar café, pagué la cuenta y pagué una habitación en un hostal inmundo.
El deseo que ella tenía se satisfizo pronto, el mío tardó en manifestarse.
Yo no quería seguir así pero ella sí. Era la típica relación en que uno quiere más, quiere estar más tiempo con la persona amada pero esa persona se conforma con pasiones apagadas ocasionalmente, furtivamente.
Encontré otra mujer que me quería más, que quería quererme como yo la quisiera a ella y nos fuimos a vivir de alquiler. Entonces, la mujer de antes, la que quería momentos de pasión fugaz quiso también estar a mi lado y todo se complicó.
Las quería a las dos pero opté por la última que conocí porque la veía más sincera pero la otra no dejaba de incitarme. Eran muy bellas las dos y deseables. Ahora solo tengo una pero el cuerpo de la otra se me aparece como un fantasma de placer en mis noches solitarias.
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