La mañana parece maravillada por el sol después de unos días de temporal. Dice la canción: qué será de Puerto Rico cuando venga el temporal. Los pajaritos, que han pasado unas hambres, vuelven a piar, a piar como un preso al que le dan martirio.
Dormir las horas de la noche trae consigo que nos olvidemos del ayer más cercano pero seguimos recordando, cómo no, a aquel niño que jugaba dando pedales a una bicicleta muy nueva y muy querida en la plaza del pueblo.
Y también ponemos el acento en esa chica que nos gusta y la vemos cada día más guapa, más reluciente, casi casi como la bicicleta de nuestros recuerdos de infancia.
Y quizás hoy paseemos por Madrid, por las aceras anchas y sugestivas de Madrid con una mano delante y otra detrás de nuestro deseo pues el deseo está en otra parte, no en las aceras anchas y desprevenidas de Madrid, sino en las playas dóciles al disfrute de una isla paradisíaca que nos aguarda, nos aguarda siempre tras la esperanza maquiavélica de las circunstancias tristes que atraviesa la vida. Y no estoy diciendo una bobería, sino lo que es.
Tras las ventanas se ve el cielo, tras nuestro alma se ve el deseo.
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