Había un escritor que se llamaba Gabriel García. Había inventado un personaje todo él hecho de tinta. Pero no sabía cómo seguir contando lo que le pasaba a ese personaje. Gabriel García ya estaba harto de él, pero no quería matarlo porque no se lo merecía aún: le había creado joven y fuerte y no había hecho nada malo. Daba pena matarlo. Pero allí estaba, ocupando unos folios de papel con su vida de tinta negra. No sabía si embarcarle para un país lleno de selvas y ciudades coloniales; no sabía si casarle con una negra guapa y fresca; no sabía nada. Sólo que se quedaba leyendo la historia de tinta que había creado con él y se quedaba estupefacto, intranquilo, deseoso de algo que Gabriel no sabía. Por lo tanto fue a ver a una adivina. Y le dijo: "Jamás ese personaje será tuyo. Ese personaje no te quiere." Y Gabriel se vino a casa, escribió un poco de esa historia, el producto lo arrojó a la papelera y las hojas con tinta de ese personaje llamado, curiosamente, Vicente, fueron a parar a un cajón que solo se abrió el día de la muerte de Gabriel para ser arrojados a la basura.
El destino y el trabajo van siempre juntos.
No entiendo muy bien este refrán. Trabajo y destino son cosas diferentes.
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